Deja de querer agradar a todo el mundo

Deja de querer agradar a todo el mundo

Si eres una de las muchas personas que intentan mostrar distintas facetas para agradar a los demás, tengo una mala noticia para ti: No conseguirás ser ni más respetada, ni más querida, ni más valorada.

Desde pequeños, las influencias de nuestro entorno familiar y social, nos empujan a ser perfectos. Pocos son los padres que apoyan a sus hijos y aceptan y respetan su personalidad. Si a esta influencia social y familiar le unimos carencias afectivas, problemas en las relaciones sociales o complejos, tenemos los ingredientes necesarios para necesitar continuamente de la aprobación de los demás para sentirnos bien.

El problema es que nunca podrás agradar a todo el mundo y te sumerges en una espiral que menoscaba tu autoestima y tu dignidad. Quizá hagas favores porque desearías que también te los hicieran a ti y nunca se produce esa reciprocidad. Quizá seas de las que ayudan, quieren, apoyan… ¡Y luego no recibes nada a cambio, preguntándote una y otra vez por qué!

La razón es muy simple. Los seres humanos advertimos la necesidad de cariño y aprobación de los demás y somos egoístas. Cuando nos encontramos ante alguien que, claramente, quiere ganarse nuestro aprecio, inmediatamente le despreciamos y no le damos el valor que merecería.

Sin embargo, habrás podido observar que a las personas que poseen una personalidad muy marcada (sea del tipo que sea) no les cuesta ser queridos, respetados o valorados. Incluso, hay personas que no merecerían tener a su lado a gente muy valiosa… ¡Pero lo tienen porque son ellos mismos, lo comprendamos no!

¿Has pensado alguna vez en la reacción que los demás provocan en ti y no en la que tú provocas en los demás? Desafortunadamente, yo soy (o era) una persona que necesitaba agradar a todo el mundo, sin que ello me proporcionara nada. Es más, con cada “careta” que me ponía, sentía que perdía parte de mi esencia. Gracias a los consejos de buenas amigas y aplicando la objetividad, salí de ese círculo vicioso cuando, hace unas semanas, me presentaron a un hombre que me pareció ridículo. Mi primera reacción fue “¿Qué pensará de mí” ¿Le habré resultado amable o inteligente? Pocos minutos después de este pensamiento autodestructivo, reaccioné y me dije a mí misma “¿Qué reacción ha provocado él en mí? ¿Acaso su opinión vale más que la mía? Resultado: “Es un gilipollas y no merece que malgaste mi tiempo”.


Aún estoy en el proceso de “desintoxicación” y comienzo a quererme y respetarme más, sin miedo a mostrar mi verdadera personalidad, esa que ha permanecido escondida durante años para cubrirse con diferentes máscaras, a gusto de quien tuviera delante. Poco a poco me voy dando cuenta de que todo lo que he hecho, he dicho o he pensado para intentar ser lo que los demás querían, sólo me ha aportado dolor, decepción y una pérdida de tiempo.

Ahora soy capaz de colgarle el teléfono a mi ex, sin necesidad de querer “seguir siendo amigos”, porque es una persona que no me aporta nada y no me conviene. Soy capaz de decir un “NO” bien claro cuando algo no me convence o responder un “No puedo hablar en este momento” o “No puedo quedar contigo porque tengo otras cosas que hacer o porque no me apetece”. Y también soy capaz de decir “”, alto y claro cuando algo me apasiona, cuando alguien merece que le preste ayuda o que le quiera, respete, admire…

No confundas ser tú misma con ser egoísta. Todo tiene su medida y puedes ofrecer ayuda… pero a quien lo merezca y cuando creas oportuno. Pensar en ti, en lo que deseas, sientes, quieres, no es malo.


Salir de este círculo vicioso de “agradar a los demás” no quiere decir que te conviertas en alguien autoritario, brusco o maleducado. Con diplomacia, con astucia y escuchando a tu voz interior puedes saber qué es lo que quieres y qué no quieres, quién te agrada y quién no. Y que sean los demás quien piensen “¿Le habré gustado?





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